Como nunca antes, la salud de los jóvenes está en jaque debido al alto consumo de alcohol, tabaco y drogas, al sedentarismo, al sobrepeso, a la escasa actividad física, a las relaciones sexuales sin protección y a la violencia interpersonal. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la actual generación de niños y adolescentes podría ser la primera en tener una esperanza de vida menor que la de sus padres. Cómo revertirlo.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año mueren casi dos millones de jóvenes de entre 15 y 24 años por causas prevenibles. Ese mismo grupo etario representó, en 2008, el 40% de los casos nuevos de infección por VIH entre los adultos. Anualmente, dan a luz alrededor de 16 millones de mujeres de entre 15 y 19 años. En el período de un año, se estima que el 20% de los adolescentes sufren un problema de salud mental, como depresión o ansiedad. ¿Cuántos jóvenes consumen tabaco? Ciento cincuenta millones. A diario, pierden la vida cerca de 600 personas de entre 10 y 29 años debido a la violencia interpersonal.
Contemplamos la posibilidad de que el párrafo que inicia esta nota lo deje knock out. Pero nada es al azar. ¿Por qué? Porque no hay nada mejor que tener toda la información entre las manos, por más desahuciante que sea. Porque una vez que se observa con claridad el panorama, es bastante más sencillo encarar el problema para extirparlo de raíz. Y porque se trata, ni más ni menos, que de los chicos del mundo. Y el diagnóstico preocupa… preocupa mucho.
Para la OMS, el avance de enfermedades condicionadas por el estilo de vida podría hacer que la actual generación de niños y adolescentes sea la primera, en décadas, en tener una esperanza de vida mucho menor que la de sus padres.
Las cifras oficiales arrojan que los jóvenes de 10 a 24 años representan una enorme proporción de la población: más de 175.000 millones. La mayoría de ellos están sanos; sin embargo, un número alarmante sufre reveses que reducen su capacidad para crecer y desarrollarse con plenitud, o adopta comportamientos que ponen en jaque su salud (presente y futura). ¿Los grandes enemigos? El consumo de alcohol, tabaco y drogas, el sedentarismo, el sobrepeso, la escasa actividad física, las relaciones sexuales sin protección y la exposición a la violencia. ¿Qué nos pasó para toparnos con semejante drama?
La sociedad en su conjunto evolucionó y, en los últimos años, se suscitaron diversos fenómenos que nacen de profundas fases de cambio y crisis. Los jóvenes son la franja más susceptible de nuestra comunidad, y es en ellos donde se reflejan los síntomas más enfermos de los tiempos que imperan. Pero no es algo exclusivo de los menores: estamos frente a un desafío social.
Varios paradigmas se reformularon: se aceleraron los ritmos de trabajo, la competencia por los puestos laborales es feroz, aumentó la cultura del consumismo –así como su difusión globalizada– y el modelo de familia tradicional está cuestionado. A la vez, está amenazado el sentido de la propia existencia, el del esfuerzo y el de la proyección. Y la salud se encuentra minada por las distancias que existen para llegar a la oficina, por las comidas rápidas, por los estimulantes para mantenerse despiertos y por la dificultad para acceder a los espacios verdes. Internet y los medios visuales hacen lo suyo: estimulan y generan, desde la infancia, dependencia y adicción, creando la ilusión de protagonismo.
Según la OMS, la promoción de prácticas sanitarias para adolescentes y la adopción de medidas tendientes a protegerlos frente a distintos riesgos son fundamentales para el devenir de los países y para prever la aparición de inconvenientes en la edad adulta. Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reconoce la necesidad de “elaborar y ejecutar programas nacionales de salud para el bienestar, mental y físico, de los adolescentes”.
Hasta hace unos años, los chicos realizaban juegos que implicaban movimiento y la puesta en marcha de todo el organismo. La tecnología generó que el principal entretenimiento de nuestra juventud se encuentre detrás de aparatos electrónicos (PC, consolas, celulares) que no requieren ningún tipo de esfuerzo corporal. ¿Cuál es el resultado final? Una generación marcada por el sedentarismo, con lo que ello implica: problemas en los huesos y en las articulaciones, sobrepeso y pérdida de masa corporal. Por otra parte, el alcohol y los estimulantes son, hoy por hoy, componentes claves en su diversión. Es utópico pensar que esto no dejará consecuencias. Lo mismo sucede con el tabaquismo… los jóvenes son fumadores sociales por excelencia. La necesidad de ‘pertenecer’, típica en la adolescencia, genera que se adopten estilos de vida para identificarse con un sector o una ‘tribu’. Estos grupos de pertenencia presentan elementos en común que congregan a sus integrantes, pero, más allá de la impronta diferencial que puedan tener, el alcohol, el tabaco y las drogas se insertan como característica elemental de estos clanes. Estos síntomas ya no penetran solo en una élite, sino que se introducen en todos los niveles, sin discriminar posición económica y/o social. En tales condiciones, los jóvenes son los primeros en ser alcanzados, sobre todo por su vulnerabilidad.
Hermanos de sus padres o padres de sus padres
Los hijos nacen en medio de ideologías masivas de reciprocidad, con lo que se niegan las disimetrías entre padres e hijos. Los niños son tratados como hermanos de sus padres o como padres de sus padres, pero no como hijos. Es decir que ocupan casilleros que los adultos abandonan de manera prematura.
Estamos siendo testigos de una caída brusca de los ideales. Ciertos valores sociales y culturales, que fueron fuertes para generaciones anteriores, están, en la actualidad, perimidos, ‘fuera de moda’. Dentro de nuestra cultura, algo se degradó en relación con la autoridad parental y, en particular, con la imagen del padre. Esa degeneración produjo efectos, no garantías. Las figuras que podían centrar autoridad, y no autoritarismo, se devaluaron. La disimetría entre los adultos y los jóvenes es necesaria, pero se está esfumando. Hoy hay paridad entre los padres y sus hijos. Así, se pierden los referentes.
Para las estadísticas mundiales, 1 de cada 5 personas está atravesando la adolescencia, etapa en la cual la personalidad termina de estructurarse y asume un proceso de madurez que decantará en decisiones cruciales para su existencia. Familia y escuela deben asumir un rol más activo en la formación de los jóvenes y acompañar de manera más responsable su inserción en la sociedad. Desde inculcar buenos hábitos alimentarios hasta adoptar una postura más integradora en temas como la orientación vocacional, la inserción en el campo del trabajo, la prevención de enfermedades, la anticoncepción, etcétera. Sin la contención de estas dos entidades, los chicos no tendrán un horizonte diáfano donde procesar y elaborar sus miedos y sus dudas.
El círculo íntimo de un joven debe plantear qué le conviene comer, cómo regular su descanso o el uso racional del tiempo frente a la televisión y la computadora, así como analizar de manera crítica los anuncios publicitarios, la idealización de las figuras mediáticas y el exitismo en desmedro del esfuerzo. Pero el Estado debe fomentar la educación, la investigación, la actividad deportiva –barrial, municipal y nacional–, y las políticas con respecto al uso racional de la sal o a los chequeos preventivos, entre otros ítems. Se trata de que millones de adolescentes hagan gimnasia y no que se tiren en un sillón a mirar cómo lo hacen otros veintidós en una cancha. Hay intereses que apuestan a que esto no varíe. En pos del consumismo –que hace de los jóvenes clientes precoces de comida chatarra–, se desatienden los costos psicológicos o físicos.
Al salvataje de los futuros gobernantes, médicos, maestros…
En los consultorios médicos, cada vez son más los casos de adolescentes con cuadros de angustia, ansiedad y depresión que pueden derivar en refugios non sanctos. ¿Hay salida? ¿Se puede ser optimista? ¿Algo auspicioso nos espera?
¡Por supuesto!. El problema es nuestro; por lo tanto, tenemos la solución. Este es el momento de hacer algo como sociedad para rescatar a nuestros chicos de este pronóstico sombrío y, así, poder revertir la tendencia. Son nuestros hijos y –atención– serán nuestros próximos gobernantes, médicos, maestros, pero, sobre todo, padres y madres de las siguientes generaciones.
Un primer paso sería ponerse on-line con la vida sana. Para ello, es primordial implementar acciones concretas que detengan el consumo de alcohol, pero desde propuestas que los movilicen y les enseñen nuevos recursos para pasarlo bien, incentivando el esparcimiento, la distracción, el ocio, el recreo y el divertimento.
Hay que hacer lo mismo con el consumo del tabaco: los chicos necesitan mensajes claros y entendibles. Hoy, Internet permite disponer de imágenes de un alto contenido de crueldad, por lo que mostrarles unos pulmones cancerígenos no los impresiona. Hablarles de un ACV, de un infarto o de un cáncer de pulmón que podría matarlos a los 60 años tampoco los conmueve. Los jóvenes se sienten todopoderosos y tienen la certeza de que la vida les cabe en la palma de la mano. ¿Por qué se van a inquietar por lo que avizoran como algo tan lejano? Por eso, es indispensable ayudarlos a reinventarse, porque la cuestión no pasa por si se rebelan –o no–, o si les interesan –o no– los desafíos… Lamentablemente, hasta estos les resultan indiferentes.
Hay que caer en la cuenta de que la juventud es sinónimo de porvenir en cualquier sociedad que se precie de tal. Por ello, es necesario poner manos a la obra en cuanto a sus deseos, sus dilemas, sus disyuntivas y sus trances. Los hechos de violencia que, con frecuencia, encabezan los jóvenes, su intolerancia, su apatía política y su aislamiento son síntomas que debemos atender. Escuchémoslos, confiemos en ellos. Hay que promover debates en las escuelas primarias y secundarias, en los centros vecinales, en los diarios, en las revistas, en la televisión y en Internet sobre lo preciados que son la vida propia, los valores morales, el trabajo, el cuidado de la salud, el deporte, la espiritualidad y la participación en proyectos comunitarios. Se trata de ver, comprender… y, después, actuar.
Problematica adolescentes
PROBLEMA I
Salud mental
Diagnóstico: En el período de un año, alrededor del 20% de los adolescentes padece un problema de salud mental (depresión, ansiedad, trastornos del comportamiento o alimentarios). El riesgo se incrementa cuando sufren experiencias de violencia o de humillación.
Soluciones: Propiciar el desarrollo de aptitudes para la vida y ofrecerles apoyo psicosocial en la escuela y en otros entornos de la comunidad. Los profesionales deben contar con las competencias necesarias para relacionarse con la gente joven, detectar con prontitud problemas de salud mental y proponer tratamientos que incluyan asesoramiento y terapia cognitivo-conductual.
PROBLEMA II
Sustancias nocivas
Diagnóstico I: La gran mayoría de los consumidores de tabaco adquirieron el hábito en su adolescencia. Se estima que hoy, en el mundo, 150 millones de jóvenes consumen tabaco (la cifra está aumentando, en especial entre las mujeres).
En consecuencia, la mitad de esos consumidores morirán de manera prematura.
Soluciones: La prohibición de la publicidad de cigarrillos, el aumento del precio de este producto y la adopción de leyes que prohíban fumar en lugares públicos pueden reducir el número de personas que se inclinan por este vicio.
Diagnóstico II: El uso nocivo del alcohol entre los jóvenes disminuye el autocontrol y aumenta las conductas de riesgo. Es una causa fundamental de traumatismos (en particular, los causados por el tránsito), violencia (sobre todo, la doméstica) y muertes prematuras.
Soluciones: Para que los adolescentes estén menos predispuestos a la ingesta de alcohol, es eficaz informarles sobre los peligros que entraña su consumo, además de capacitarlos para manejar el estrés y resistir a las presiones de los amigos.
PROBLEMA III
Violencia
Diagnóstico: La violencia es una de las principales causas de defunción entre los jóvenes, sobre todo en los varones; se estima que, a diario, mueren cerca de 600 jóvenes de 10 a 29 años a causa de la violencia interpersonal.
Soluciones: Una crianza satisfactoria durante la infancia, la enseñanza de aptitudes para la vida y la restricción en el acceso al alcohol y las armas de fuego pueden ayudar a prevenir la violencia. El apoyo permanente y una atención efectiva y empática contribuyen a paliar las consecuencias, físicas y psicológicas, de la violencia.
PROBLEMA IV
VIH
Diagnóstico: En todo el mundo, hay casi 6 millones de jóvenes afectados por el VIH.
Soluciones: La juventud tiene que saber cómo protegerse y debe tener una mayor facilidad para hacer uso de los servicios de prevención (esto comprende tanto la educación como el suministro de preservativos para prevenir la transmisión sexual del virus). Los jóvenes deben tener a su disposición servicios accesibles y adecuados de detección de la enfermedad, y, una vez contraída, centros de tratamiento, atención, apoyo y prevención positiva.
PROBLEMA V
Nutrición
Diagnóstico: Numerosos niños y niñas de países en desarrollo llegan a la adolescencia desnutridos, lo que los vuelve más vulnerables a las enfermedades y a una muerte prematura. En el otro extremo, el sobrepeso y la obesidad están aumentando entre los jóvenes, tanto en los países de ingresos bajos como en los de ingresos altos.
Soluciones: Una nutrición adecuada y un plan de ejercicios físicos durante la infancia pueden sentar los cimientos de una buena salud en la edad adulta. Es importante prevenir los problemas nutricionales a través del asesoramiento y los suplementos de alimentos y micronutrientes, así como mediante la detección y el tratamiento de los problemas con rapidez y eficacia.
PROBLEMA VI
Salud sexual y reproductiva
Diagnóstico: Cada año, dan a luz 16 millones de adolescentes de entre 15 y 19 años (alrededor de un 11% de todos los nacimientos registrados en el mundo). El riesgo de morir por causas relacionadas con el embarazo es mucho mayor en las adolescentes que en mujeres mayores.
Soluciones: ¿Cómo reducir la cifra de embarazos precoces? Una posibilidad es mediante un mejor acceso a la información sexual. A las adolescentes que quedan embarazadas se les debe proporcionar una atención prenatal de calidad y un cuidado calificado durante el parto.