Vivir a paso lento

El comienzo de un nuevo año puede dar lugar a un cambio de ritmo. La decisión está en uno: solo hay que bucear en el propio paradigma y despertar la […]

El comienzo de un nuevo año puede dar lugar a un cambio de ritmo. La decisión está en uno: solo hay que bucear en el propio paradigma y despertar la voluntad de vivir el presente con tranquilidad y disfrute, sin importar si lo que nos rodea fluye de manera perfecta o no.

“Nunca es tarde para el que espera sin desesperar”; “Al colectivo, hay que esperarlo”; “Espera lo mejor y prepárate para lo peor”; “Persevera y triunfarás”. Refranes arrugados, conocidos por todos, regalos que pasan de generación a generación, que son refrescados por maestros y por padres, evocados en terapia como aprendizaje, y encontrados en algún cuaderno o reflotando en la mente. Todos enfocados en la espera, en lo que pasará en el futuro, centrados en la expectativa que genera el devenir, con una perspectiva puesta en el mañana. ¿Y el presente? Se transita cada vez más rápido porque uno siente que el tiempo no para y que el reloj apura.

En la cultura occidental, desde el día en que uno nace, le indican que hay que prever el futuro y reflexionar sobre el pasado. Es cierto: no se puede vivir exclusivamente el instante y solo los animales pueden olvidar escenas vividas y desconocer con quién han tenido un vínculo cercano. Pero ¿de qué vale vivir analizando hechos ocurridos, y de qué sirve quemar las horas detrás de un objetivo? ¿Qué sentido tiene calcular a largo plazo, adelantarse al calendario de mañana? Si en el shopping vendieran la bola de cristal, quizá no la elegiríamos. Es mejor caminar despacio, transitar el paseo con placer, mirar los árboles al costado del camino y sentir cómo se fruncen los ojos por el sol.

La llegada a la meta, por lo general, no tiene la suficiente magia cósmica como para resignar el disfrute del proceso. Además, se puede sonreír en las dos circunstancias.

Vivir rápido… ¿puede enfermarnos?

Los pensamientos influyen en el comportamiento del cerebro y configuran la biología de cada persona. El ser humano está diseñado para vivir en una determinada frecuencia, la cual permitiría alcanzar los 120 años, aproximadamente. El estrés y las emociones de signo negativo provocan que ese ciclo se acelere internamente y vaya acortando la longitud de la vida. El tiempo de la especie está determinado por la longitud de sus telómeros, que son las puntas del ADN. Cada vez que una célula se divide, el telómero se corta.

El corazón de esta teoría radica en lo siguiente: Cuanto más rápida es la frecuencia en la que vivimos, más divisiones se sufren, y al terminarse el telómero, nos morimos. Cuando se acelera la actividad del cerebro, estamos quemando la vela por las dos puntas.

El ejemplo más claro es que un elefante vive la mitad del tiempo cuando crece encerrado en una jaula. La frecuencia cerebral alta hace que la actividad celular también se acelere y que la respuesta inmunológica disminuya, por lo que existe más riesgo de enfermedad.

Tenemos dos posiciones autónomas. Por un lado, la simpaticotónica, que es cuando estamos en situación de alerta, de ataque y de fuga. Esto ocurre como reacción a una sustancia que produce el estrés, llamada ‘cortisol’. Por otro lado, la posición vagotónica compensa esa postura. Cuando un gato es atacado por un perro, se trepa a un árbol y se mantiene en posición simpaticotónica, en la cual aumenta su presión arterial y periférica, y adquiere reacciones de conservación de la especie. Sin embargo, cuando el perro se aleja, el gato baja del árbol; y ahí reside la diferencia con el ser humano.

Nosotros no nos bajamos del árbol luego de esa situación, sino que seguimos produciendo cortisol porque el pensamiento y la representación mental quedan latentes. Existen tratamientos que intentan regresar a los patrones de frecuencia innatos para que se recupere la función inmunológica y, en algunos casos, se sanen las causas e incluso las enfermedades. El sistema inmunológico es como un ejército de soldados que protegen el territorio que es nuestro cuerpo.

Si se debilita por las sustancias químicas que uno mismo produce, es como si los soldados estuvieran dormidos, y no pueden defenderse correctamente. Como consecuencia del desajuste inmunológico, aparecen tres respuestas: las alergias, las enfermedades autoinmunes y el cáncer. Producimos dos o tres células cancerígenas por día. Si los soldados no están bien, las pueden dejar pasar. Hay que tener el sistema inmunológico activo para evitar enfermedades. No podemos modificar fácilmente los factores del entorno; hay que modificar el interior para vivir sanos.

La medicina germánica profundiza aún más su corriente, con especialistas como el alemán Hamer a la cabeza, que afirma que para que se produzca una enfermedad, tiene que haber un predominio de la respuesta simpaticotónica sostenida en el tiempo, vivida en aislamiento. Según el experto, existe un correlato claro entre un conflicto y el síntoma.

Bruce Lipton, un biólogo celular estadounidense –creador de la epigenética y autor del libro La biología de la creencia–, que se anima a empoderar el control de los pensamientos por encima de la genética.

Él habla de una nueva biología, que contradice al paradigma darwinista, y es partidario del concepto de que al cambiar las creencias, uno modifica sus pensamientos, la forma en que se percibe la realidad, y, a partir de eso, sus células y la biología. ¿Será así?

La felicidad está en el presente

No se explica que el inconsciente es el que maneja el vehículo de la vida, mientras uno va sentado en el asiento de atrás; pero hay que aprender a manejar uno mismo su vehículo, ya que el inconsciente es quien produce los pensamientos que luego guiarán el comportamiento químico del cuerpo. Hay que aprender a evitar el pensamiento circular –el famoso ‘maquinar’–, que no es operativo y nos perjudica.

La meta está en aprender a vivir en el presente porque todo lo que hace sufrir se encuentra en el pasado o en el futuro: El secreto del bienvivir esta en el presente.

En el presente, el cuerpo sana porque se energiza. Su teoría hace desaparecer el rol de víctima de una enfermedad. Según ella, la percepción mental del mundo cambia la biología: Si uno controla la manera en que su mente opera, también controlará su genética. Hay que crear nuevas rutas neuronales para pensar distinto, dejar de repetir el mismo camino que marca el cerebro, porque este es holgazán por naturaleza.

Por su parte, a la mayoría de las personas no les alcanza el tiempo para vivir: Sienten que se pierden la posibilidad de sentirse protagonistas en sus propias vidas al no tener la dirección de su timón.

En varias situaciones, uno se siente enajenado de su propia vida, al no poder cumplir con lo que había programado y al no terminar haciendo lo que le hace verdaderamente bien: practicar ejercicio, disfrutar del juego con los hijos, conversar con la pareja, estudiar, leer un libro, compartir una charla íntima con un amigo, hacer terapia o, simplemente, descansar.

Pero esto es solo una sensación que se genera a partir de una mala administración del recurso del tiempo o de un problema en la visibilidad de las prioridades. Hay distractores que funcionan de manera oculta. Son las famosas ‘excusas’ que dejamos que boicoteen nuestra organización ideal. Por eso, hay que estar atentos a los resultados de las acciones. Es necesario acompañar las emociones con la razón. Cuando ese enlace no se encuentra, comienza a funcionar el ‘automatismo’, que reside en hacer actividades solo por costumbre.

Otro punto para una correcta organización del tiempo es la posibilidad de generar estabilidad emocional. No todas las actividades tienen el mismo nivel de importancia desde lo emocional; tampoco lo tienen a nivel vincular, porque cada persona con la que uno se relaciona se ubica en una categorización diferente.

La queja puede dejarse de lado si uno concentra su intención y su atención en lo que de verdad importa. La desorganización es uno de los grandes enemigos; genera quejas constantes y culpabilidad contra uno mismo y contra tercero. Ella aconseja analizar la desorganización desde lo autorreferencial, y si en verdad se desea cambiar la forma de vivir hacia una más auténtica, hacerlo con soberanía personal. A intentarlo.

Como disfrutar de una tasa de té (Del libro “Lazos de Amor” de Brian Weiss)
Thich Nhat Hanh, un filósofo y monje budista vietnamita, escribe sobre como disfrutar de una buena taza de té. Debemos estar completamente atentos al presente para disfrutar de una taza de té.Sólo siendo conscientes del presente nuestras manos sentirán el calor de la taza. Sólo en el presente aspiraremos el aroma del té, saborearemos su dulzura, y llegaremos a pareciar su exquisitez. Si estamos obsesionados por el pasado o preocupados por el futuro, dejaremos escapar la oportunidad de disfrutar de una buena taza de té. Cuando miremos el interior de la taza, su contenido ya habrá desaparecido.
Con la vida ocurre lo mismo. Si no vivimos plenamente el presente, en un abrir y cerrar de ojos la vida se nos habrá escapado. Habremos perdido sus sensaciones, su aroma, su exquisitez y su belleza, y sentiremos que ha transcurrido a toda velocidad.
El pasado, ya ha pasado. Aprendamos de él y dejémosle atrás. El futuro ni tan siquiera ha llegado. Hagamos planes para el futuro, pero no perdamos tiempo preocupándonos por él. Preocuparse no sirve de nada. Cuando dejemos de pensar en lo que ya ha ocurrido,cuando dejemos de preocuparnos por lo que todavía no  ha pasado, estaremos en el presente. Sólo entonces empezaremos a experimentar la alegría de vivir.

La injerencia de las nuevas tecnologías

• Los analfabetos del siglo XX no sabían leer ni escribir. Los del XXI son aquellos que, además, se quedan afuera de la revolución tecnológica actual, lo que puede producirle estrés, desidia y frustración. Toda la creación se constituye de ritmo y vibración, dos factores que se ven alterados por la existencia de las nuevas tecnologías. En sí mismas, estas no son buenas ni malas; todo depende de su uso. Lo que debemos trabajar es la sensación de estar corriendo una carrera, porque no se va a detener, sino que su avance se profundizará. Jóvenes y adultos necesitan técnicas para reducir el gasto y el cansancio de su material físico, mental y emocional, producto del esfuerzo que realizan en esta fase de implementación de lo nuevo.

Para ello, el yoga brinda múltiples técnicas, cuyo objetivo final es mejorar su calidad de vida. Pero conectarse con uno mismo y vivir el presente no es sencillo. Nuestra mente es una eterna viajera entre el pasado y el futuro, y le cuesta posicionarse en el presente. Vivir en el ‘aquí y ahora’ son los objetivos del yoga, que además ofrece posturas físicas que mantienen ágil y sano al cuerpo, nos conecta con nuestro ser con la respiración consciente y rítmica, potencia la habilidad para controlar nuestros sentidos y sistema nervioso, desarrolla la concentración y logra quietud en nuestros pensamientos porque detiene casi totalmente la actividad mental.

Los peores enemigos para la autonomía del tiempo

•             Confundir las prioridades.

•             Ignorar nuestras necesidades reales, en los objetivos a los cuales queremos llegar, por priorizar las de terceros.

•             Obsesionarse por hacer más cosas de las que razonablemente son posibles de realizar.

•             La incapacidad de decir “no” a terceros que muchas veces funcionan como distractores de nuestra organización ideal.

•             El desorden.

•             Las repeticiones.

•             La indecisión.

•             Hacer las cosas sin tener en claro los propósitos.

•             Confundir lo urgente con lo importante.

•             Las interrupciones.

•             La falta de información.

•             Los pensamientos negativos.

•             La indisciplina.

•             La falta de motivación.

Movimiento  Slow

“En la vida hay algo más importante que incrementar su velocidad”, dijo Ghandi. El movimiento Slow es la corriente más conocida y convocante a nivel mundial en este tema. Nació en Italia, en 1986, como actitud contestataria a la americanización de Europa.

Se había instalado el primer local de comida rápida en Roma y un grupo de personas alertó de manera casi visionaria sobre los peligros en los hábitos alimentarios. Así, se sembró la primera semilla del movimiento, que fue la Slow Food, con la premisa de proteger los productos estacionales, frescos y autóctonos.

Más tarde, aparecieron nuevas aplicaciones a otros ámbitos esenciales, como el sexo, la salud, el trabajo, la educación y el ocio. “En general, la lentitud viene asociada a valores negativos, como torpeza, desinterés y tedio, pero existen efectos beneficiosos a partir de una actitud pausada, bien razonada y segura. Llevar a cabo más de una actividad a la vez puede deparar mediocridad en los distintos escenarios. Asimismo, no siempre la inactividad es sinónimo de vacío. La actitud contemplativa nos integra en el medio y puede ser el refugio de ideas brillantes que nos ayuden positivamente en nuestro proceder”, promulgan sus defensores.

Fuente: Revista Nueva