Entrevista y carta a un narcotraficante

Un par de décadas atrás, nuestros hijos jugaban en la vereda y nosotros  podíamos caminar por las calles hasta avanzadas horas de la noche con total  tranquilidad. Los términos de […]

Un par de décadas atrás, nuestros hijos jugaban en la vereda y nosotros  podíamos caminar por las calles hasta avanzadas horas de la noche con total  tranquilidad. Los términos de inseguridad, motochorros, secuestros express,  salideras bancarias o estafas en línea no sonaban en nuestros oídos.Hoy todo eso cambió. Nuestros hijos no salen ni a la esquina sin nuestra  compañía y cada vez que caminamos por las calles, el miedo siempre nos  acompaña. Nos guste o no, esta es la realidad que hoy por hoy nos toca vivir. Podemos  optar por adaptarnos a este nuevo contexto o seguir viviendo tal cual lo  hacíamos en el pasado.

La seguridad se rige bajo la ley de causa y efecto, por lo cual, la inseguridad  es el efecto de un conjunto de variables que funcionan como causantes.  Lamentablemente, al no existir políticas tendientes a aminorar estas causas,  la inseguridad tiende a aumentar paulatinamente.

Este posteo tiene la intención de mostrarnos el pensamiento real de un criminal. Marcos Willians Herbas Camacho, más conocido como “Marcola” es conciderado como el rey de los narcos paulistas, dio una entrevista de televisión a O globo de Brasil.  Marcos Camacho es el máximo dirigente de una organización criminal de Sao Paulo (Brasil) denominada Primer Comando de la Capital (PCC). Actualmente se halla preso y es desde ese lugar, donde se desarrolla la entrevista.

En esta entrevista nos muestra su visión. Una visión bastante pesimista de lo que nos depara en el futuro de la delincuencia común en América Latina, y en especial en México y Argentina. En ella el dice que no hay solución, a lo cual, yo personalmente no creo que sea así ya que si el estado y los politicos tomaran conciencia del problema y trabajaran en la prevención, nuestro pais no alcanzaría los niveles actuales de violencia e inseguridad de Brasil.

¿Usted es del primer comando de la capital (PCC)?

Más que eso, yo soy una señal de estos tiempos. Yo era pobre e invisible. Ustedes nunca me miraron durante décadas y antiguamente era fácil resolver el problema de la miseria. El diagnóstico era obvio: migración rural, desnivel de renta, pocas villas miseria, discretas periferias; la solución nunca aparecía… ¿Qué hicieron? Nada. ¿El Gobierno Federal alguna vez reservó algún presupuesto para nosotros? Nosotros sólo éramos noticia en los derrumbes de las villas en las montañas o en la música romántica sobre «la belleza de esas montañas al amanecer», esas cosas.

Ahora estamos ricos con la multinacional de la droga. Y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de vuestra conciencia social.

Pero, ¿la solución sería…?

¿Solución? No hay solución, hermano. La propia idea de «solución» ya es un error. ¿Ya vio el tamaño de las 560 villas miseria de Río? ¿Ya anduvo en helicóptero por sobre la periferia de San Pablo? ¿Solución, cómo? Sólo la habría con muchos millones de dólares gastados organizadamente, con un gobernante de alto nivel, una inmensa voluntad política, crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general y todo tendría que ser bajo la batuta casi de una «tiranía esclarecida» que saltase por sobre la parálisis burocrática secular, que pasase por encima del Legislativo cómplice. Y del Judicial que impide puniciones. Tendría que haber una reforma radical del proceso penal de país, tendría que haber comunicaciones e inteligencia entre policías municipales, provinciales y federales (nosotros hacemos hasta «conference calls» entre presidiarios…)

Y todo eso costaría billones de dólares e implicaría una mudanza psicosocial profunda en la estructura política del país. O sea: es imposible. No hay solución.

¿Usted no tiene miedo de morir?

Ustedes son los que tienen miedo de morir, yo no. Mejor dicho, aquí en la cárcel ustedes no pueden entrar y matarme, pero yo puedo mandar matarlos a ustedes allí afuera. Nosotros somos hombres-bombas. En las villas miseria hay cien mil hombres-bombas. Estamos en el centro de lo insoluble mismo. Ustedes en el bien y el mal y, en medio, la frontera de la muerte, la única frontera. Ya somos una nueva «especie», ya somos otros bichos, diferentes a ustedes.

La muerte para ustedes es un drama cristiano en una cama, por un ataque al corazón. La muerte para nosotros es la comida diaria, tirados en una fosa común.

¿Ustedes intelectuales no hablan de lucha de clases, de ser marginal, ser héroe? Entonces ¡llegamos nosotros! ¡Ja, ja, ja…! Yo leo mucho; leí 3.000 libros y leo a Dante, pero mis soldados son extrañas anomalías del desarrollo torcido de este país.

No hay más proletarios, o infelices, o explotados. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo Alien escondido en los rincones de la ciudad. Ya surgió un nuevo lenguaje. Es eso. Es otra lengua.

Está delante de una especie de post miseria.

La post miseria genera una nueva cultura asesina, ayudada por la tecnología, satélites, celulares, Internet, armas modernas. Es la mierda con chips, con megabytes.

¿Qué cambió en las periferias?

Mangos. Nosotros ahora tenemos. ¿Usted cree que quien tiene 40 millones de dólares como Beira Mar no manda? Con 40 millones de dólares la prisión es un hotel, un escritorio… Cuál es la policía que va a quemar esa mina de oro, ¿entiende? Nosotros somos una empresa moderna, rica. Si el funcionario vacila, es despedido y «colocado en el microondas».

Ustedes son el estado quebrado, dominado por incompetentes.

Nosotros tenemos métodos ágiles de gestión. Ustedes son lentos, burocráticos. Nosotros luchamos en terreno propio. Ustedes, en tierra extraña. Nosotros no tememos a la muerte. Ustedes mueren de miedo. Nosotros estamos bien armados. Ustedes tienen calibre 38. Nosotros estamos en el ataque. Ustedes en la defensa. Ustedes tienen la manía del humanismo. Nosotros somos crueles, sin piedad. Ustedes nos transformaron en «super stars» del crimen. Nosotros los tenemos de payasos. Nosotros somos ayudados por la población de las villas miseria, por miedo o por amor. Ustedes son odiados. Ustedes son regionales, provincianos. Nuestras armas y productos vienen de afuera, somos «globales». Nosotros no nos olvidamos de ustedes, son nuestros «clientes». Ustedes nos olvidan cuando pasa el susto de la violencia que provocamos. 

¿Pero, qué debemos hacer?

Les voy a dar una idea, aunque sea en contra de mí. ¡Agarren a «los barones del polvo» (cocaína)! Hay diputados, senadores, empresarios, hay ex presidentes en el medio de la cocaína y de las armas. ¿Pero, quién va a hacer eso? ¿El ejército? ¿Con qué plata?

No tienen dinero ni para comida de los reclutas. Estoy leyendo «Sobre la guerra», de Klausewitz. No hay perspectiva de éxito. Nosotros somos hormigas devoradoras, escondidas en los rincones. Tenemos hasta misiles anti-tanque. Si embroman, van a salir unos Stinger. Para acabar con nosotros… solamente con una bomba atómica en las villas miseria. ¿Ya pensó? ¿Ipanema radiactiva?

Pero… ¿No habrá una solución?

Ustedes sólo pueden llegar a algún suceso si desisten de defender la «normalidad». No hay más normalidad alguna. Ustedes precisan hacer una autocrítica de su propia incompetencia. Pero a ser franco, en serio, en la moral. Estamos todos en el centro de lo insoluble. Sólo que nosotros vivimos de él y ustedes no tienen salida. Sólo la mierda. Y nosotros ya trabajamos dentro de ella. Entiéndame, hermano, no hay solución. ¿Saben por qué? Porque ustedes no entienden ni la extensión del problema. Como escribió el divino Dante: «Pierdan todas las esperanzas. Estamos todos en el infierno».

Carta a un narcotraficante

Sr. Narcotraficante

Me dirijo a usted por medio de la presente, aun sabiendo que sus múltiples ocupaciones y su escasa formación académica le impidan leer esta carta.
Quiero que sepa que me apena que, como resultado de la mala administración de nuestros gobiernos y de la pésima planeacion en el sistema educativo nacional, nuestro país haya perdido tantos y tan brillantes empresarios como usted. Aunque a su manera, usted si ejerza la profesión, con alguna variantes de ética. Que bueno hubiera sido que las personas que han administrado nuestros impuestos los últimos ochenta anos hubieran tenido su misma habilidad administrativa. Pero esa es solo una divagación de lo que «hubiera» sido.
Ahora que observo ya sin sorpresa como ha diversificado sus negocios incluyendo entre sus servicios el secuestro y el terrorismo, me doy cuenta que seria inútil persuadirlo de abandonar sus actividades amenazandolo con aplicar las leyes que se lo impiden, porque sabemos que tiene la suficiente influencia como para convencer al gobierno de que un obrero que se atraso en el pago de su pie de casa es un delincuente mas peligroso. Sabemos que en el ilusorio caso de que usted sea denunciado, cuenta con los mejores abogados. Y, sabemos también (y esto nos lo ha demostrado frecuentemente los últimos meses), que tiene la mejores y mas sofisticadas armas para el caso de que lo puntos anteriores le fallen.
No Sr. Narco, no lo voy a aburrir pidiendole que cambie de giro a sus empresas, vivimos en una economía de oferta y demanda, y mientra haya gente que le compre sus productos y nadie que le impida venderlos, pues enhorabuena, ojala nunca tenga usted que conocer esa trágica condición que se llama trabajo y mucho menos ese no menos trágico absurdo que se llama pagar impuestos.
Lo que si quiero pedirle es que no siga asesinando a gente inocente, a gente que tenia la ilusión de vivir para ver un Mexico diferente. No somos un pueblo cobarde Sr. Narco. Somos un pueblo desarmado y empobrecido que quiere tener la certeza de que sus hijos van a seguir vivos mañana. Somos un pueblo que ha sido golpeado constantemente por intereses externos y que ahora nos destruimos por dentro. Como si después de atropellados nos diera cáncer. Sr. narco, si ya se decidió a envenenarnos, no nos mate a balazos.
También le pido que no se robe nuestras tradiciones. Que no se robe nuestras fiestas populares y las pocas ocasiones que tenemos para olvidar nuestra miseria. Es lo único que nos queda.

Atentamente

El pueblo dormido

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